Dedicado muy especialmente a Javier Romero.
Por creer en esta historia desde el principio.
Gracias.

29 de octubre de 2011

XXIV.

Ana asintió; lo sabía. Lo que no sabían ninguno de los dos era cómo podían percibir ese sonido ni cómo sabían que estaban en peligro. El muchacho echó el brazo hacia delante, un acto reflejo para proteger a su hermana. Ella le cogió la mano muy fuerte.

El Cazador de Estrellas agachó la cabeza y se tensó, como si fuera a salir corriendo. En el cielo, varias estrellas parpadearon.

Fuera.

La voz los desconcentró con su vibrante tono, dentro de su cabeza. No era un sonido que pudieran escuchar, la sentían dentro, como los latidos del corazón que ya no tenían entero.

El Cazador de Estrellas seguía escrutando la oscuridad con las pupilas negras. Un viento helado hizo tiritar a los dos hermanos. Se hizo el silencio. La respiración pesada se había hecho más débil. Crujieron unas hojas. El ave gigantesca meneó su cola emplumada muy despacio.

Fuera.

Repitió la orden y el tono fue brusco, severo. Los mellizos miraron alternativamente al pájaro y al bosque. Entre sus arbustos y sus troncos seguía arrastrándose aquella cosa, en dirección al lago. David unió su mirada plateada con la del Cazador de Estrellas cuando éste levantó la cabeza, con rapidez.

El muchacho sintió que su medio corazón aleteaba, que se agitaba como si tuviera alas. Era una sensación parecida a estar cayendo desde una gran altura, la sensación de vértigo y de placer al sentir el frío del viento. Se asustó cuando descubrió que era una sensación congelada, pero muy parecida a la que sentía respecto a sus hermanos. ¿Amor…? No, imposible.

El Cazador de Estrellas echó la cabeza hacia atrás para proferir uno de sus largos y penetrantes aullidos. El viento que removió la hojarasca del bosque le contestó con un silbido.

Correr. Fuera.

David tembló. Los ojos del Cazador de Estrellas eran los mismos que los de Héctor, que los de Ana. Temía esa sensación; era atrayente… y peligrosa. Tiró de su melliza.

—Vámonos de aquí, Ana —quiso decirle, pero la frase se quedó colgando de sus labios.

Del interior del bosque saltó una figura oscura y maloliente. Como un trozo de tela mojada, se abrió por encima de los dos mellizos. El Cazador de Estrellas los barrió con su cuerpo, deteniendo al ente putrefacto.

Los mellizos pudieron oler la peste de la carne podrida cuando se estrellaron contra el suelo. Los guijarros de la orilla se les clavaron en las rodillas y en las palmas de las manos. Ana se encogió, dolorida, y trató de levantarse. David sintió que le escocía el frío en los arañazos.

Cuando se pusieron de pie y se buscaron con los brazos, vieron al Cazador de Estrellas boca arriba, sobre el agua, salpicando y debatiéndose contra la masa negra que tenía encima. Los hermanos distinguieron ese horrible olor, ese olor que evocaba David de perros muertos y de ojos desorbitados. Un brazo negro con unas larguísimas uñas se recortó en el aire y, cuando descendió, el pájaro pareció gemir.

—¡Es otro! —gritó Ana, presa del pánico momentáneo—. ¡David, vámonos!

Su hermano se resistió. No podía apartar los ojos de las brillantes plumas mojadas y su interior no podía desoír los gritos. Herían en su medio corazón como la punta de acero más afilada.

—¡David!

—¡No! Tengo… tengo que…—se volvió hacia su hermana con ojos suplicantes. Ella negó con la cabeza. El Cazador de Estrellas gritó de nuevo.

—¿Estás loco? ¡No podemos hacer nada contra eso! ¡David!

Él consiguió soltarse de su mano y salió corriendo en dirección al pájaro y la criatura negra. Una ráfaga de gotas negras le salpicó la cara.

21 de octubre de 2011

XXIII.

El Cazador de Estrellas meneó la cabeza. Los mellizos sintieron que les empezaban a temblar las rodillas.

Corazón. Uno. Dos. Mitad.

Corazón...

—...porque los necesita, porque se los come...para seguir vivo. La leyenda dice que se come los corazones humanos para seguir vivo. Dos, porque somos...

—...mellizos. Somos dos. Uno porque...

—...porque como somos mellizos, se supone que somos...

—...una sola persona.

Volvieron a mirarse, con el iris brillante como las estrellas. Sus pupilas negras hicieron de espejo para sus caras de incredulidad. David abrió la boca y le costó articular las palabras:

—Somos "la misma persona", porque somos...

—...somos mellizos. Somos mellizos, somos… "iguales".

Se miraron sin decir nada. El Cazador de Estrellas batió las alas y los golpeó con el aire frío que él mismo desprendía.

Mitad.

—Sólo se comió la mitad de nuestros corazones… A nosotros nos quedó la otra. Las dos mitades hacen uno solo —se atragantó Ana—. Tenemos...

—...el mismo corazón —David sintió que los nervios le mordían los músculos—. Ahora… ahora compartimos un corazón como compartimos el vientre y la sangre de nuestra madre —hizo una pausa. Acarició su pecho con las yemas de los dedos —. Entonces… entonces sí se los comió. De alguna manera.

—Por eso estamos vivos. Pero... —la muchacha echó un vistazo a su falda empapada y a la superficie del lago—. ¿Cómo… cómo puede vivir una persona… con medio corazón…?

David se frotó las sienes, le dolía la cabeza. Aquello no tenía ningún sentido. Por el amor de Dios, ningún sentido.

—Empiezo a recordar... Ana, ¿cómo entramos en casa anoche? —su hermana lo miró sin entender—, Después de que nos arrancara el corazón... o la mitad de él... o lo que demonios hiciera… ¿recuerdas cómo entramos?

La muchacha abrió mucho los ojos.

—La ventana.

David asintió.

—¿Y cómo llegamos a la ventana?

Ana se quedó mirando a su hermano como si le acabara de hablar en otro idioma. David alzó la mano, como queriendo evocar la ventana de su habitación.

—Es una segunda planta —tartamudeó. Todo él temblaba de miedo—. Y nosotros... nosotros no entramos por la puerta. Ana, no somos lagartijas. Ni pájaros. ¿Cómo… cómo pudimos entrar?

—¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? —Ana estaba aterrada. Se acercó muy deprisa a su hermano, y cuando se tocaron los sacudió un dolor repentino en el pecho.

Como si los recuerdos estuvieran vivos, cada uno de los instantes vividos, desde que se habían marchado de casa de los Begnat hasta que despertaron del trance, pasaron por su mente. Al mismo tiempo. Durante un segundo, compartieron una visión.

Después de que el Cazador de Estrellas hubiese hundido las garras en sus cuerpos, se habían levantado como si nada hubiera ocurrido. Es más, parecían mucho más llenos de vida. Corriendo igual que esa noche, veloces como el viento, habían vuelto. Los mareó la visión de verse el uno al otro saltando sobre los tejados de Saint Polain hasta llegar a casa, abrir la ventana sin esfuerzo y meterse dentro, donde ya dormían Ángela y Héctor.

Los recuerdos los abandonaron y cayeron al suelo de rodillas, clavándose las piedras y sintiendo el frío de la tierra mojada. El Cazador de Estrellas no se movió, solamente los miraba.

Los mellizos temblaban de frío y de miedo. Se miraron y se asustaron aún más, porque sus ojos no dejaban de brillar. Eran farolas encendidas, faros nocturnos. Llamas de plata. David soltó un quejido y se palpó las rodillas magulladas.

—¿Qué nos ha pasado? ¿Qué está pasando?

Ana se arrastró muy cerca de él a gatas.

—No lo sé... —hubo un momento de silencio—. David, nos he visto caminando sobre el agua —su mellizo no contestó—. Nos he visto corriendo como si no pesáramos nada. Y me he visto... bailando contigo... ahí, sobre el lago —buscó sus ojos plateados con desesperación—. ¿Qué es? ¿Cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido saltar... correr, caminar sobre el agua? ¿Qué…?

El Cazador de Estrellas movió las alas.

Poder.

Los hermanos se volvieron y lo miraron fijamente.

Estrellas. Poder.

—¿Poder? —repitió David—. ¿Qué quiere decir con eso?

El pájaro levantó el vuelo y se alejó. Se perdió en el negro del cielo ante la mirada brillante de los dos muchachos. Ana regresó con los ojos al agua. Observó su vestido mojado y evocó el recuerdo de verse sobre el lago con el Cazador de Estrellas, de caer de pronto al agua helada y de sentir el cuerpo del ave, llevándola a la orilla.

—Me sacó del agua... —susurró.

—Sí —murmuró David—. Y nos salvó la vida de aquella... aquel fantasma negro, o lo que fuera. Pero no entiendo… se comió nuestros corazones. O la mitad de ellos, vaya —se llevó la mano al pecho y miró sus dedos, que distinguía con toda claridad—. Lo que no comprendo es por qué seguimos vivos ni por qué podemos hacer...

El Cazador de Estrellas batió las alas y atrajo su atención. Con una corriente de aire helado, volvió a posarse frente a ellos.

Estrellas —escucharon en su cabeza—. Estrellas.

El pájaro volvió la cabeza hacia el bosque con repentina brusquedad. Apreciaron cómo estrechaba los ojos. Los dos hermanos lo imitaron casi por inercia. Se estremecieron cuando escucharon un sonido, en el interior del bosque.

Algo se arrastraba por encima de las hojas y el barro. Se agarraba a los troncos desnudos de los árboles y los arañaba con fuerza, para impulsarse y avanzar. su respiración era pesada, como si estuviera agonizando. No era la primera vez que lo escuchaban.

—Viene —susurró David.

9 de octubre de 2011

XXII.

Ana y David se apretaron muy fuerte. Clavaron las uñas en el otro y se abrazaron, por puro instinto de protección. El Cazador de Estrellas seguía frente a ellos, moviendo a un lado la cabeza y agitando sus plumas. Sólo David consiguió reunir la saliva suficiente para enjuagarse la boca y tartamudear:

—¿Q-qué está p-pasando?

Ana sintió que el pecho le crujía como si fuera de madera cuando el pájaro les dirigió una mirada directa. Su pecho sonaba como un tronco estallando en astillas. Se llevó la mano allí por puro reflejo y su respiración se aceleró. Le asustó el quedo latido de su corazón. A pesar de la velocidad, no lo sentía cerca.

Con un movimiento rápido, abrió los brazos de su hermano y pegó la oreja contra su esternón. El sonido de su corazón tampoco le llegaba con la claridad de siempre, con el suave ronroneo que buscaba cuando no podía dormir. Era como estar escuchándolo desde detrás de una pared, y de otra, y de otra...

Estaba tan lejos…

Levantó la cabeza y miró fijamente a su hermano. David se vio reflejado en el iris de su hermana, y a ella le pasó lo mismo. Casi hablaron a la vez:

—¡Tus ojos!

Se miraron con extrañeza.

—¿Mis ojos?

El Cazador de Estrellas pareció emitir una risa ante la situación. Casi parecían un espejo. Los mellizos, sin embargo, no le vieron la gracia por ninguna parte. David alargó la mano y señaló el iris plateado y brillante de su hermana.

—Te brillan los ojos.

—Y a ti también —ella imitó su gesto—. Como si fueran...

—...plata —completó el mellizo.

—Sí... plata.

Con la respiración agitada, miraron hacia el bosque al mismo tiempo.

—¿Ves los árboles? —preguntó Ana con nerviosismo.

—Sí… Perfectamente. Lo distingo todo. Y las hojas, y el barro, y...

—...nuestras pisadas. Como si fuera… —susurró Ana, acabando la frase.

David notó que le temblaban los dedos, pero dudaba mucho de que fuese por el frío.

—Sí. Como si fuera... de día...

Volvieron a mirarse, confundidos, perdidos.

—¿Qué está pasando? —repitió David.

La voz musical y profunda del Cazador de Estrellas los asustó.

Mellizos. Corazón. Mitad.

En la cabeza de Ana se cruzaron varios impulsos como estrellas fugaces. Rememoró las palabras escuchadas la noche anterior, cuando el mismo pájaro los había vuelto a salvar. Recordó el espectro de color negro y sus ojos perdidos en la noche. Recordó también el dolor en el pecho, cuando el Cazador de Estrellas hundió sus garras en él.

La muchacha miró fijamente al ave. Ésta parecía estar esperando lo que se agolpaba tras los labios de la joven.

—Corazón... Mitad... —susurró, y casi le costó oírse a sí misma—. David, ¿cuál es la leyenda del Cazador de Estrellas?

—¿Qué? —su hermano se puso a su lado—. ¿Por qué me preguntas eso?

—¿No es verdad que se come los corazones humanos?

El muchacho dudó.

—Sí, es cierto. El Cazador de Estrellas tiene… —titubeó. No sabía exactamente cómo referirse a él… porque lo tenía delante. —… una pelea perpetua con la Luna. Ella quiere capturarlo para acabar con su libertad, pero no lo hace. Para vivir, necesita comerse las estrellas, las apaga y se dice que se las come. También dicen que se come los corazones humanos llenos de luz, porque con ellos obtiene el... el poder o la energía o lo que sea para poder salir las noches de luna.

—Entonces... —Ana regresó a los ojos de la criatura. Parecía sonreírle—. El fantasma…

David entendió, también se acordaba de aquella cosa.

—Nos salvó la vida... —sentenció.

—Y después quiso comernos el corazón, ¿verdad?

—Pero no lo hizo. ¿Por qué? ¿Cómo es que seguimos vivos?

El mismo sonido parecido a la risa llenó la cabeza de los dos hermanos. Sí, el Cazador de Estrellas estaba sonriendo, aunque ninguno de los dos sabía cómo lo hacía.

Mellizos.

Ana se tocó el pecho. Se volvió hacia su hermano y le puso la mano sobre las costillas otra vez.

—Nuestros corazones...

—No se oyen apenas... es como si no los tuviéramos... o tuviéramos...

Se miraron y hablaron a la vez, letra por letra.

—La mitad.

5 de octubre de 2011

XXI.

Ana extendió la mano y enredó los dedos con los de su hermano. Giraron sobre el eje que les marcaba esa unión, mirándose con los ojos brillantes, de plata. La humedad empezó a trepar por el bajo de la falda de la muchacha y por los pantalones de él. Se pegó a las suelas de los zapatos y retuvo el frío nocturno. Pero ellos no parecían darse cuenta.

Se detuvieron un segundo y David alzó la cabeza para contemplar las estrellas. Se desprendió de la mano de su hermana y volvió a correr por la superficie del lago hasta la orilla. Lo recorrió un escalofrío. Cuando se volvió, una luz rajó el cielo, y un grito celestial, acompañado de un millar de arpas vibrantes, agitó el agua y las copas de los árboles.

Ana se dio la vuelta justo a tiempo para ver al Cazador de Estrellas barrer con su cuerpo el agua del lago. Igual que habían hecho ellos al correr, levantando cortinas blancas de gotas minúsculas hacia el cielo. El pájaro abrió el pico para dejar escapar otra nota vibrante. Dio vueltas alrededor de la joven, hasta quedar posado sobre el agua frente a ella. Ana, dubitativa, reunió el valor suficiente como para alargar los dedos y rozar su pico de ónice. Estaba frío, frío como ella.

El ave se irguió y extendió las alas. Alzó su majestuosa cabeza y bamboleó su tocado de plumas. La invitaba a bailar. Ella recobró la sonrisa de antes y, tras hacer una solemne reverencia, ejecutó un giro sobre la punta del pie.

David, desde la orilla, lo observaba todo. Veía al Cazador de Estrellas bailar junto a su hermana. El pájaro alzó el vuelo. Las gotas se levantaron como una cortina de diamantes. La muchacha y el ave patinaban sobre el lago, a una velocidad que sólo podía percibir el mellizo. El nervio y el vértigo de la carrera se le contagiaban.

El pájaro volvió a trinar.

Corazón.

David se mareó.

Corazón. Mitad.

David parpadeó y se le nubló la vista. Le dieron náuseas. El frescor se convirtió en congelación. En su cabeza, evocaba un remolino de oscuridad. Girando, girando, girando. Girando sin parar. Hincó la rodilla en el suelo. Se le acababa el aire. Se ahogaba. Y no paraba de dar vueltas.

Corazón, decía aquella voz, que era al mismo tiempo una y un millón.

Corazón.

Parpadeó, y deshizo los pequeños cristales anidados entre sus pestañas. Se llevó los dedos al ojo de manera instintiva. Escarcha… ¿hielo?

Se le encogió el corazón al contemplar la figura de su hermana caminando sobre el agua, acompañada del Cazador de Estrellas. Lo atacaron multitud de sensaciones: el frío, la humedad, el viento, la incomprensión, el miedo, la sorpresa...

—¿Ana? —susurró. El Cazador de Estrellas lo miró fijamente. En sus ojos hubo un destello. Se elevó y se perdió en el cielo.

David se llevó la mano al pecho, atravesado por un horrible dolor. Contuvo un grito y cayó de bruces.

En el agua, su melliza se detuvo en seco. Fue como si ella también despertara. El mismo dolor la traspasó de parte a parte. Se llevó la mano al pecho, y su cuerpo se volvió pesado y mortal, precipitándose al interior del agua negra. El agua se tragó su grito. Sólo le dio tiempo a estirar el brazo, como si quisiera coger la mano de su hermano, tan lejos. El lago la engulló.

Antes de que David pudiera darse cuenta de lo que había pasado, el Cazador de Estrellas se clavó en el agua como una flecha brillante. Tardó segundos en provocar una ola gigantesca y un velo de agua a su alrededor, cargando a la muchacha que tosía y escupía sobre su espalda.

Se posó en la orilla y ella cayó al barro por su propio peso, temblando de frío. David boqueó, tragó saliva y se arrastró hasta ella. La abrazó con nerviosismo y los dos escucharon sus respiraciones entrecortadas. Ana se agarró la blusa con fuerza, haciendo esfuerzos por coger aire.

—Me duele... —gimió.

—A mí también… —respondió su hermano—. ¿Qué ha pasado…?

La muchacha se dio la vuelta despacio, y sus ojos se perdieron en el lago. Estaba... ¿estaba caminando por encima del agua?

El Cazador de Estrellas sacudió su adornada cabeza y los Cambroix parecieron recordar que estaba allí. Se apretaron el uno contra el otro y contuvieron el aliento, pero no sucedió nada. En el pecho, sentían sus corazones latir a ritmo acelerado.

¡Latir! Entonces... ¿no se los había comido?

El pájaro los miró de lado. Parecía analizarlos desde sus ojos negros, profundos como el cielo oscuro, como un pozo sin fondo, como un túnel infinito hacia lo desconocido. Ana sintió una gota resbalar sobre su ceja y no se atrevió a moverse para apartarla. La había salvado de ahogarse. El Cazador de Estrellas la había sacado del agua. Pero... ¿no devoraba corazones humanos? Si eso era así, tendrían que estar muertos.

¿Por qué estaban vivos?

Los hermanos se estremecieron cuando, dentro de ellos, la voz de arpa vibrante pronunció una sola palabra:

Mellizos.