El Cazador de Estrellas meneó la cabeza. Los mellizos sintieron que les empezaban a temblar las rodillas.
Corazón. Uno. Dos. Mitad.
—Corazón...
—...porque los necesita, porque se los come...para seguir vivo. La leyenda dice que se come los corazones humanos para seguir vivo. Dos, porque somos...
—...mellizos. Somos dos. Uno porque...
—...porque como somos mellizos, se supone que somos...
—...una sola persona.
Volvieron a mirarse, con el iris brillante como las estrellas. Sus pupilas negras hicieron de espejo para sus caras de incredulidad. David abrió la boca y le costó articular las palabras:
—Somos "la misma persona", porque somos...
—...somos mellizos. Somos mellizos, somos… "iguales".
Se miraron sin decir nada. El Cazador de Estrellas batió las alas y los golpeó con el aire frío que él mismo desprendía.
Mitad.
—Sólo se comió la mitad de nuestros corazones… A nosotros nos quedó la otra. Las dos mitades hacen uno solo —se atragantó Ana—. Tenemos...
—...el mismo corazón —David sintió que los nervios le mordían los músculos—. Ahora… ahora compartimos un corazón como compartimos el vientre y la sangre de nuestra madre —hizo una pausa. Acarició su pecho con las yemas de los dedos —. Entonces… entonces sí se los comió. De alguna manera.
—Por eso estamos vivos. Pero... —la muchacha echó un vistazo a su falda empapada y a la superficie del lago—. ¿Cómo… cómo puede vivir una persona… con medio corazón…?
David se frotó las sienes, le dolía la cabeza. Aquello no tenía ningún sentido. Por el amor de Dios, ningún sentido.
—Empiezo a recordar... Ana, ¿cómo entramos en casa anoche? —su hermana lo miró sin entender—, Después de que nos arrancara el corazón... o la mitad de él... o lo que demonios hiciera… ¿recuerdas cómo entramos?
La muchacha abrió mucho los ojos.
—La ventana.
David asintió.
—¿Y cómo llegamos a la ventana?
Ana se quedó mirando a su hermano como si le acabara de hablar en otro idioma. David alzó la mano, como queriendo evocar la ventana de su habitación.
—Es una segunda planta —tartamudeó. Todo él temblaba de miedo—. Y nosotros... nosotros no entramos por la puerta. Ana, no somos lagartijas. Ni pájaros. ¿Cómo… cómo pudimos entrar?
—¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? —Ana estaba aterrada. Se acercó muy deprisa a su hermano, y cuando se tocaron los sacudió un dolor repentino en el pecho.
Como si los recuerdos estuvieran vivos, cada uno de los instantes vividos, desde que se habían marchado de casa de los Begnat hasta que despertaron del trance, pasaron por su mente. Al mismo tiempo. Durante un segundo, compartieron una visión.
Después de que el Cazador de Estrellas hubiese hundido las garras en sus cuerpos, se habían levantado como si nada hubiera ocurrido. Es más, parecían mucho más llenos de vida. Corriendo igual que esa noche, veloces como el viento, habían vuelto. Los mareó la visión de verse el uno al otro saltando sobre los tejados de Saint Polain hasta llegar a casa, abrir la ventana sin esfuerzo y meterse dentro, donde ya dormían Ángela y Héctor.
Los recuerdos los abandonaron y cayeron al suelo de rodillas, clavándose las piedras y sintiendo el frío de la tierra mojada. El Cazador de Estrellas no se movió, solamente los miraba.
Los mellizos temblaban de frío y de miedo. Se miraron y se asustaron aún más, porque sus ojos no dejaban de brillar. Eran farolas encendidas, faros nocturnos. Llamas de plata. David soltó un quejido y se palpó las rodillas magulladas.
—¿Qué nos ha pasado? ¿Qué está pasando?
Ana se arrastró muy cerca de él a gatas.
—No lo sé... —hubo un momento de silencio—. David, nos he visto caminando sobre el agua —su mellizo no contestó—. Nos he visto corriendo como si no pesáramos nada. Y me he visto... bailando contigo... ahí, sobre el lago —buscó sus ojos plateados con desesperación—. ¿Qué es? ¿Cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido saltar... correr, caminar sobre el agua? ¿Qué…?
El Cazador de Estrellas movió las alas.
Poder.
Los hermanos se volvieron y lo miraron fijamente.
Estrellas. Poder.
—¿Poder? —repitió David—. ¿Qué quiere decir con eso?
El pájaro levantó el vuelo y se alejó. Se perdió en el negro del cielo ante la mirada brillante de los dos muchachos. Ana regresó con los ojos al agua. Observó su vestido mojado y evocó el recuerdo de verse sobre el lago con el Cazador de Estrellas, de caer de pronto al agua helada y de sentir el cuerpo del ave, llevándola a la orilla.
—Me sacó del agua... —susurró.
—Sí —murmuró David—. Y nos salvó la vida de aquella... aquel fantasma negro, o lo que fuera. Pero no entiendo… se comió nuestros corazones. O la mitad de ellos, vaya —se llevó la mano al pecho y miró sus dedos, que distinguía con toda claridad—. Lo que no comprendo es por qué seguimos vivos ni por qué podemos hacer...
El Cazador de Estrellas batió las alas y atrajo su atención. Con una corriente de aire helado, volvió a posarse frente a ellos.
Estrellas —escucharon en su cabeza—. Estrellas.
El pájaro volvió la cabeza hacia el bosque con repentina brusquedad. Apreciaron cómo estrechaba los ojos. Los dos hermanos lo imitaron casi por inercia. Se estremecieron cuando escucharon un sonido, en el interior del bosque.
Algo se arrastraba por encima de las hojas y el barro. Se agarraba a los troncos desnudos de los árboles y los arañaba con fuerza, para impulsarse y avanzar. su respiración era pesada, como si estuviera agonizando. No era la primera vez que lo escuchaban.
—Viene —susurró David.
Buff, me ha encantado este capítulo.
ResponderEliminarNo se si ya lo había leído o no, pero ha sido genial.
El poder de las estrellas?
Lograrán controlarlo?
Qué ganas de leer el siguiente ^^