Ana extendió la mano y enredó los dedos con los de su hermano. Giraron sobre el eje que les marcaba esa unión, mirándose con los ojos brillantes, de plata. La humedad empezó a trepar por el bajo de la falda de la muchacha y por los pantalones de él. Se pegó a las suelas de los zapatos y retuvo el frío nocturno. Pero ellos no parecían darse cuenta.
Se detuvieron un segundo y David alzó la cabeza para contemplar las estrellas. Se desprendió de la mano de su hermana y volvió a correr por la superficie del lago hasta la orilla. Lo recorrió un escalofrío. Cuando se volvió, una luz rajó el cielo, y un grito celestial, acompañado de un millar de arpas vibrantes, agitó el agua y las copas de los árboles.
Ana se dio la vuelta justo a tiempo para ver al Cazador de Estrellas barrer con su cuerpo el agua del lago. Igual que habían hecho ellos al correr, levantando cortinas blancas de gotas minúsculas hacia el cielo. El pájaro abrió el pico para dejar escapar otra nota vibrante. Dio vueltas alrededor de la joven, hasta quedar posado sobre el agua frente a ella. Ana, dubitativa, reunió el valor suficiente como para alargar los dedos y rozar su pico de ónice. Estaba frío, frío como ella.
El ave se irguió y extendió las alas. Alzó su majestuosa cabeza y bamboleó su tocado de plumas. La invitaba a bailar. Ella recobró la sonrisa de antes y, tras hacer una solemne reverencia, ejecutó un giro sobre la punta del pie.
David, desde la orilla, lo observaba todo. Veía al Cazador de Estrellas bailar junto a su hermana. El pájaro alzó el vuelo. Las gotas se levantaron como una cortina de diamantes. La muchacha y el ave patinaban sobre el lago, a una velocidad que sólo podía percibir el mellizo. El nervio y el vértigo de la carrera se le contagiaban.
El pájaro volvió a trinar.
Corazón.
David se mareó.
Corazón. Mitad.
David parpadeó y se le nubló la vista. Le dieron náuseas. El frescor se convirtió en congelación. En su cabeza, evocaba un remolino de oscuridad. Girando, girando, girando. Girando sin parar. Hincó la rodilla en el suelo. Se le acababa el aire. Se ahogaba. Y no paraba de dar vueltas.
Corazón, decía aquella voz, que era al mismo tiempo una y un millón.
Corazón.
Parpadeó, y deshizo los pequeños cristales anidados entre sus pestañas. Se llevó los dedos al ojo de manera instintiva. Escarcha… ¿hielo?
Se le encogió el corazón al contemplar la figura de su hermana caminando sobre el agua, acompañada del Cazador de Estrellas. Lo atacaron multitud de sensaciones: el frío, la humedad, el viento, la incomprensión, el miedo, la sorpresa...
—¿Ana? —susurró. El Cazador de Estrellas lo miró fijamente. En sus ojos hubo un destello. Se elevó y se perdió en el cielo.
David se llevó la mano al pecho, atravesado por un horrible dolor. Contuvo un grito y cayó de bruces.
En el agua, su melliza se detuvo en seco. Fue como si ella también despertara. El mismo dolor la traspasó de parte a parte. Se llevó la mano al pecho, y su cuerpo se volvió pesado y mortal, precipitándose al interior del agua negra. El agua se tragó su grito. Sólo le dio tiempo a estirar el brazo, como si quisiera coger la mano de su hermano, tan lejos. El lago la engulló.
Antes de que David pudiera darse cuenta de lo que había pasado, el Cazador de Estrellas se clavó en el agua como una flecha brillante. Tardó segundos en provocar una ola gigantesca y un velo de agua a su alrededor, cargando a la muchacha que tosía y escupía sobre su espalda.
Se posó en la orilla y ella cayó al barro por su propio peso, temblando de frío. David boqueó, tragó saliva y se arrastró hasta ella. La abrazó con nerviosismo y los dos escucharon sus respiraciones entrecortadas. Ana se agarró la blusa con fuerza, haciendo esfuerzos por coger aire.
—Me duele... —gimió.
—A mí también… —respondió su hermano—. ¿Qué ha pasado…?
La muchacha se dio la vuelta despacio, y sus ojos se perdieron en el lago. Estaba... ¿estaba caminando por encima del agua?
El Cazador de Estrellas sacudió su adornada cabeza y los Cambroix parecieron recordar que estaba allí. Se apretaron el uno contra el otro y contuvieron el aliento, pero no sucedió nada. En el pecho, sentían sus corazones latir a ritmo acelerado.
¡Latir! Entonces... ¿no se los había comido?
El pájaro los miró de lado. Parecía analizarlos desde sus ojos negros, profundos como el cielo oscuro, como un pozo sin fondo, como un túnel infinito hacia lo desconocido. Ana sintió una gota resbalar sobre su ceja y no se atrevió a moverse para apartarla. La había salvado de ahogarse. El Cazador de Estrellas la había sacado del agua. Pero... ¿no devoraba corazones humanos? Si eso era así, tendrían que estar muertos.
¿Por qué estaban vivos?
Los hermanos se estremecieron cuando, dentro de ellos, la voz de arpa vibrante pronunció una sola palabra:
Mellizos.
Bueno, no todo va a ser danzar felices en el lago...
ResponderEliminarLo que no recuerdo es por qué el Cazador de Estrellas le salvó la vida...
Tengo ganas de leer el siguiente, me encanta esta historia ^3^