David se despertó temblando de frío. Su cuerpo estaba húmedo y débil, empapado en sudor que se congelaba con la brisa que le llegaba de alguna parte. Boqueó y el aire que se metió en sus pulmones le pareció hielo gaseoso. En su boca seca no consiguió crear saliva para tragar. Apretó los puños. Alrededor de sus dedos se arrugó la tela de las sábanas.
Abrió los ojos pesadamente, aturdido, y consiguió distinguir una almohada, una cama deshecha, una pared forrada de madera. ¿Estaba en su habitación? ¿Cómo había llegado hasta allí?
Se incorporó, se sostuvo con los brazos. Parecían ir a quebrarse por la violencia con que se tambaleaban. Vio la ventana de su cuarto abierta. El frío entraba de allí. Se mareó, volvió la sensación de hielo en el pecho y por un momento, se le acabó el aire. Alzó la mano temblorosa hasta su cara y sus dedos palparon el sudor frío en sus cabellos húmedos. Le temblaba la mano con violencia.
Hacía tantísimo frío... ¿por qué estaba la ventana abierta?
Cerró los ojos un instante, para serenarse. Volvió a abrirlos casi en el acto, pinzado por una histeria repentina.
¡Ana! ¿Dónde estaba su hermana?
En la cama deshecha sólo estaba él, pero la silueta de otro cuerpo se hbaía marcado en las sábanas. Su mente reconstruyó hechos pasados a toda velocidad. Esa noche Ángela se había quedado a dormir. Tampoco ella estaba allí. No olía a Daga ni escuchaba a su hermano. ¿Dónde estaba todo el mundo?
Corazón.
Una voz. ¿Corazón?
Quiso ponerse de pie tan rápido que se mareó y a punto estuvo de caer al suelo. Se sujetó a las paredes y se llevó la mano al pecho. Empezó a sudar y el líquido le produjo frío otra vez. Estaba sudando hielo. Cerró los dedos sobre su camisa, como si quisiera arrancarse el corazón.
Dolor, dolor en el pecho. Una terrible pesadez. Los ojos le escocían tanto como si los hubiera tenido abiertos todo un día. Le lagrimeaban y tenía que parpadear todo el tiempo para conseguir ver las escaleras, por las que tenía intención de bajar. No iba a ser fácil.
Prácticamente se arrastró pegado a la pared y, al cabo de un rato que le pareció eterno, consiguió poner un pie en la cocina. Allí le llegó la voz de Claudine y de Ángela.
—Buenos días, David. ¿Cómo has dormido?
—¡David! —canturreó la niña.
Él boqueó y apretó los dientes.
—Ana... —jadeó —. Ana…
—¿Qué? —preguntó, muy altanera, Ángela. Volvió la cabeza con coquetería, agitó su melena caoba para dedicar una preparada mirada a David. Pero cuando vio su aspecto, enmudeció. Se quedó inmóvil en la silla.
—Cielo, ¿buscas a tu hermana? —preguntó Claudine, de espaldas.
—¿Dónde… está… Ana? —jadeó David.
Claudine siguió a lo suyo. Ángela la miraba con aprensión, pero era incapaz de articular palabra. La costurera se entretuvo recogiéndose el pelo, sin girarse.
—Ven, desayuna algo. La he mandado con Eric a por las telas. Ayer... con todo lo que pasó —cuidó sus palabras, pues la niña estaba allí —, no pudimos recogerlas. Esta mañana era un mejor momento.
Daga soltó un ladrido y Héctor se puso de pie, en el otro extremo de la sala.
—David, ¿te encuentras bien?
El muchacho se agarró a la pared, con una mano todavía en el pecho, y tiritó con violencia. El pecho le pesaba como si fuera de plomo. Ojalá pudiera quitarse la púa de hierro que parecía tener clavada en las costillas.
—Tengo frío... —se ahogó.
Claudine se dio la vuelta y contuvo una llamada al cielo. Se puso la mano en el pecho y carraspeó. David estaba muy pálido, con unas amoratadas ojeras y auténticos ríos de sudor por toda la cara. Se acercó un par de pasos a él.
—¿David…? —musitó Ángela.
—Tengo... mucho... —balbuceaba él. Una arcada subió por su garganta.
De repente el cuerpo pareció no responderle. El frío le llenó la cabeza y se desdibujó todo lo que estaba viendo. Sus dedos perdieron fuerza, se desprendieron de la pared y de su pecho. Vomitó un líquido grisáceo y congelado, que le llenó de escarcha la boca.
Se desplomó en el suelo, entre los ladridos de la perra, los gritos histéricos de Ángela y las preguntas aturdidas de Héctor. Claudine le levantó la cabeza. Las voces le llegaban cada vez más lejos, diciendo su nombre:
—¡David! ¡David! David. Dav...