Dedicado muy especialmente a Javier Romero.
Por creer en esta historia desde el principio.
Gracias.

21 de agosto de 2011

XVI.

De pronto divisaron una luz y se desviaron hacia ella. Aquel quedo resplandor que los había conducido hasta los árboles, estaba allí. Salieron al otro lado del bosque, a la orilla de uno de los lagos. Sobre su superficie se reflejaban las estrellas, que ofrecían una luz pobre en medio de la oscuridad.

Cuando los mellizos pisaron la tierra húmeda de la orilla, sus zapatos resbalaron y cayeron los dos al suelo, sintiendo la bofetada fría del agua al rodar dentro de ella. Estaba congelada y fue como un mordisco de miles de pequeños dientes por la piel. El barro se les pegó a la cara y a las manos, que seguían fuertemente unidas. Los cuerpos se convulsionaron por los cambios de temperatura y los calambres de la acelerada carrera.

Se incorporaron a duras penas, mareados por el golpe y la caída, se buscaron el uno al otro con desesperación. Ana consiguió arrastrarse hasta la orilla. Tosió el agua que se le había metido por la nariz y vio sus propias manos temblando con violencia. David saboreó la sangre que manaba de algún lugar de su boca y el goteo del agua por el cuerpo le provocó escalofríos. Se arrodilló en un jadeo y sus brazos sostuvieron a duras penas su cuerpo. Se miraron un momento.

Delante de ellos apareció su perseguidor.

Estaba en el suelo, como si tuviera que suplir la carencia de piernas con unas manos grandes de uñas afiladas. Recordaban a las ramas secas de los árboles en invierno, punzantes hacia el cielo. Era lo más parecido a un fantasma; se cubría con una sábana negra y emanaba un olor putrefacto. Como si estuviera descomponiéndose. Los mellizos sintieron náuseas y David reprimió una arcada. Aquello los miraba desde unos ojos brillantes y redondos, sin párpado a la vista. La tela que lo cubría estaba rasgada, evocando las ropas de un mendigo. Respiraba con fuerza, excitado, y le chirriaban los dientes dentro de su manto negro. Unos dientes deformes como rocas de una sierra.

Los mellizos se tensaron y Ana se dio cuenta de que aquella cosa había adoptado la misma actitud que un gato cuando se dispone a cazar a sus presas.

Al tiempo que el espectro saltaba para lanzarse sobre ellos, la muchacha se impulsó para cubrir con su cuerpo el de su hermano.

—¡Ana...! —se atragantó él.

Pero la negra criatura no llegó a tocarles. Un nuevo golpe de viento los sacudió. El cielo emitió un destello, se abrió en un jirón. Con un grito que imitaba el agudo sonido de las cuerdas de un violín, un haz de luz se precipitó sobre el lago y barrió su superficie, dejando una estela de espuma brillante detrás de ella. Arremetió contra la criatura con otro agudo sonido. El chillido, como un virote, atravesó las cabezas de los mellizos y los derribó en el suelo.

Cuando consiguieron recuperar fuerzas para separar los párpados, vieron que el espectro se debatía contra la luz. Se movía demasiado deprisa como para que pudieran identificarla. Entonces distinguieron unas garras. Se clavaron en el lugar de la criatura donde debería estar el pecho. Los ojos brillantes aumentaron su luz y el espectro negro emitió un terrible aullido. David echó el brazo sobre el cuerpo tendido de su hermana y escucharon un estallido.

Pequeños trozos de tela negra bailotearon en el aire. Los mellizos abrieron los ojos y se incorporaron lentamente.

Delante de ellos esperaba una figura solemne y majestuosa. Un enorme pájaro del color del crepúsculo y la oscuridad, azul y amoratado, malva y gris. Los miraba desde sus ojos negro, brillantes como piedras preciosas. Sobre su cabeza ondeaban plumas largas, que confeccionaban un tocado propio de los pavos reales. Su cola y sus alas desplegadas se agitaban con la brisa que él mismo parecía desprender. En el extremo de todas sus plumas tenía un dibujo circular, plateado. Desprendía una suave luz blanca que bañaba el agua, la tierra, los árboles y a los dos hermanos. Los sumió en una sorpresa de admiración e incredulidad. Su pico negro de ónice goteaba un líquido oscuro y espeso, igual que sus afiladas garras.

El silencio de la noche y aquella visión fantástica hipnotizó a los dos hermanos. Esos ojos parecieron enviarles una señal, una canción, una melodía, una leyenda que ambos conocían perfectamente. David evocó su figura en la calle, a la puerta de la casa de los Focq, con los labios abiertos en una canción antigua y vieja. Retuvo el aire todo el tiempo que pudo:

—El Cazador de Estrellas...

1 comentario:

  1. POR FIN HA APARECIDOOOO!!!!!!
    Lo que no se es qué sería esa criatura extraña. Sería un hombre antes de convertirse en eso?

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