El pájaro extendió las alas, alzó su resplandeciente cabeza y dio un grito musical y estridente que se estrelló contra la bóveda del cielo; pareció escuchar el susurro de David, a pesar de que ni él mismo había alcanzado a oírse.
Los observó con su mirada brillante. No se movió. No se acercó, no se alejó. No hizo ademán agresivo pero tampoco amistoso. Estaba simplemente de pie, meneando la cabeza y las alas al compás de la noche, mirándolos a los dos.
Ana, echada bajo su hermano, fue la primera en moverse. Con las pupilas clavadas en el pájaro, tiró de la mano de su mellizo para levantarlo. Se pusieron de pie con torpeza, todavía temblando. El Cazador de Estrellas los vio hacer sin reaccionar.
La muchacha enredó los dedos con los de su hermano y sus respiraciones aceleradas fueron el único sonido que se escuchó durante unos minutos. Se miraban los unos a los otros, sin atreverse a mover un músculo.
Pero pronto los cuerpos de los mellizos empezaron a sentir los efectos de la carrera, del frío y del agua, de la tensión por pasar del calor al frío con tanta rapidez. Temblaron con violencia y se abrazaron instintivamente para darse calor. Sin embargo, no apartaron la vista del ave. David tosió con brusquedad y Ana tuvo el pensamiento, tal vez estúpido en ese contexto, de que debían regresar a casa.
Iba a conseguir calentar su garganta para que articulara palabras, pero entonces una voz les llenó la cabeza a los dos. No tenía tono definido, no tenía entonación fija. Era un coro de voces, agudas y graves, entonando junto a las notas rasgadas de un arpa. Sólo una palabra:
Uno.
Los mellizos se miraron. Nadie había dicho nada, la voz había aparecido de pronto en su interior. Se vieron reflejados en la incomprensión de las pupilas del otro. Abrieron los labios pero no les salió palabra alguna. La voz les llenó la cabeza, de nuevo:
Dos.
Lentamente, volvieron la vista al Cazador de Estrellas, y fue como si les golpearan las sienes con un martillo.
Uno. Dos.
Los ojos brillaban con mayor intensidad y agitaba la cabeza de lado a lado, abriendo y cerrando el pico, moviendo la cola y las alas.
Uno. Dos. Mitad.
El dolor de cabeza se acentuaba con cada palabra.
Uno. Dos. Mitad.
David, en medio del dolor, tuvo que separar la mano de la de su hermana para taparse los oídos, aunque la voz no venía de ninguna parte. Era como si les naciera directamente de dentro. La canción del Cazador de Estrellas se repetía en su mente, una y otra vez. Y de repente recordó toda la leyenda que rodeaba a la criatura de la noche.
Con un espasmo de terror, recordó que se comía los corazones humanos... o eso decían. Quiso alertar a Ana, pero su miedo se lo impidió. Se dio cuenta de que el pájaro se había movido sin ruido, hasta colocarse justo delante de ella.
La muchacha, mareada por la voz, se dejó caer de rodillas. Sus manos volvieron a palpar el barro frío y el agua. Vio las garras a ras de suelo y lentamente levantó la cabeza, dejando caer los brazos. Se le entreabrieron los labios. El pájaro estrechó los ojos. Echó una mirada momentánea al mellizo.
Uno. Dos. Mitad.
El cuerpo de David gritaba, alarmado. Pero descubrió que no podía moverse.
El Cazador de Estrellas levantó una de sus garras y la hundió en el pecho de la muchacha. Ana abrió muchísimo los ojos; en su boca se ahogó un grito. La sangre brotó limpiamente, manchó el suelo y se mezcló con el barro y el agua. Los párpados temblaban en el espasmo de terror. El cuerpo de la muchacha cayó hacia atrás, y con un golpe de agua, desapareció de los ojos de su hermano.
David consiguió gritar:
—¡¡¡Ana!!!
El Cazador de Estrellas volvió su cabeza brillante hacia él y la otra garra se le clavó en medio del pecho, atravesándolo. Lo abandonó el aire. Se curvó hacia delante, boqueó. El dolor y la sangre fueron de la mano.
Uno. Dos. Mitad.
Se le llenaron los pulmones de frío y sangre. Sus venas se congelaron lentamente. Su cuerpo se desplomó sin vida y, de repente, todo empezó a girar. Los mellizos Cambroix entraron en un remolino en que la voz del Cazador de Estrellas era la única guía. La escuchaban cantar a lo lejos.
Míralo, mírala, mírale brillando bajo la Luna.
Sin aire.
Uno. Dos.
Se sintieron caer y caer en un vacío. En medio de la oscuridad y el aire congelado, de pronto encontraron la mano del otro.
Contempla un mundo muriendo bajo sus garras.
Las fuerzas los abandonaron y los dejaron caer, pero sus dedos no se separaron ni por un instante.
Uno. Dos.
Mitad.
Contempla al Cazador de Estrellas mientras el mundo estalla.
Corazón.
Bufff!! Qué subidón!!
ResponderEliminar"Uno. Dos. Mitad. Corazón"
Y parecía bonico cuando lo describiste XD
Me encanta ^. ^