Dedicado muy especialmente a Javier Romero.
Por creer en esta historia desde el principio.
Gracias.

6 de marzo de 2012

XXXIV.

Él se encogió de hombros. Tampoco tenía otra respuesta. Ana volvió la cabeza, alertada, de pronto. Un par de mujeres los observaba desde el final de la calle. Iban cogidas del brazo, y a pesar de la oscuridad, los mellizos podían diferenciar todos sus rasgos, sus movimientos, hasta el leve murmullo que salía de sus labios. David frunció el ceño y atrajo a su hermana hacia él. Ella se acurrucó en su pecho, mientras desafiaba a las dos alcahuetas con la mirada. Las señoras, satisfechas con su cotilleo, dieron media vuelta y siguieron su camino.

David soltó un bufido.

—¿Has visto…? —Ana se llevó los dedos a las sienes —. ¿Las has visto, verdad? Quiero decir… con claridad. Como si fuese de día.

—Dios mío, ¿ahora vemos en la oscuridad? ¿Nos hemos vuelto como los gatos? —sugirió el mellizo, a medio camino entre una broma y una pregunta de verdad. Ana esbozó una media sonrisa. Ninguno de los dos tuvo que añadir la sospecha.

Estuvieron un momento abrazados. Los tirones de la perra los trajeron de vuelta a la realidad, y volvieron a casa de los Begnat casi arrastrando los pies. Como un pequeño cortejo fúnebre. Claudine abrió la puerta antes de que ellos pudieran llamar. David se quedó con el brazo en el aire. La mujer abrazó a su melliza, con los ojos enrojecidos, y Lucien les hizo pasar con aprensión. Se habían enterado. Daga trotó junto a su amo ciego; éste la acarició y movió la cabeza muy deprisa, preguntando en silencio. La señora Begnat le informó de que sus hermanos se encontraban bien. Pero el aire de tensión no se disipó en la habitación.

El silencio los inundó, con la vela a punto de consumirse. David se entretuvo mirando las sombras de la pared, adivinando el vuelo de un ave majestuosa en sus retorcidos trazos. Ana, con la cabeza gacha, no veía más que despojos negros, sangre y huesos rotos. Contuvo el aire al decir:

—Habrá que preparar los cuerpos para mañana —Claudine estrechó el abrazo, y la sintió temblar. Lucien Begnat bajó la vista y Eric escondió una arcada con el dorso de la mano.

El mellizo se miró las manos. El olor a muerte ahí seguía; tuvo el mal presentimiento de que no se iría nunca. Héctor temblaba, quizá de frío.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha muerto toda una familia… de pronto?

—El capitán Lorraine habla de un ajuste de cuentas, o de algún desgraciado que le tenía inquina a la familia —respondió Lucien. Ana se sorprendió de lo rápido que corrían las novedades, y recordó la mirada infectada de aquellas dos viejas cotillas del pueblo.

—¿Cómo despreciar a gente así, tan sencilla? —tartamudeó Eric —. ¿Qué habían hecho?

—Quién sabe… Vivir —respondió su padre, con resignación. Se pasó la mano por el pelo—. Hoy en día, casi es pecado.

Claudine le pasó la mano por el pelo a la melliza. Ella miró a su hermano, apoyado en la pared. Una vez tumbados, en la cama, ninguno de los dos pudo cerrar los ojos. Temían encontrarse con el recuerdo si lo hacían. En la oscuridad, todo eran formas extrañas que los acosaban. David tuvo un escalofrío cuando las manos de su hermana empezaron a caminar por su vientre. Se dio la vuelta, pegó su frente a la de ella y se abrazaron con fuerza. Con la nariz, dibujó círculos para apartar el negro cabello de la melliza.

La escuchó reírse.

—Ya no somos niños, David.

—No. Pero seguimos siendo uno.

—Qué bello —pudo distinguir su sonrisa y sus pupilas. También los temblores que latían en sus venas, porque eran los mismos que a él no le dejaban dormir —. Recuerdo el cuerpo colgado de la ventana. Recuerdo su sangre y el grito de la niña pequeña. Jamás había imaginado que vería un horror así.

Él estuvo callado.

—Recuerdo perfectamente su cara, su miedo. No podré olvidarlos nunca. Tampoco podré olvidar los ojos vacíos de aquel muchacho al que enterramos hace unos días. Ni su cuerpo paralizado, en el barro. Y su hermano, colgado del ciprés. Dios mío, casi sospecho que nunca podré volver a dormir. ¿Cómo hacerlo, David? Si cada vez que cierro los ojos siento latir en mí un corazón que ya no tengo entero, un corazón que se encoge de miedo y de frío, por lo que ha visto, un corazón que se siente culpable.

Fuera, ladró un perro.

—Sin embargo… estamos vivos. Seguimos vivos, después de todo.

—Sí. Seguimos vivos. ¿Crees que quiere decir algo?

—Tal vez —lo besó en la comisura del labio antes de cerrar los ojos—. Acuérdate de lo que nos dice Héctor. Nada ocurre porque sí.

1 comentario:

  1. Hace ya mucho que no leía el reader, y he tenido que releer los últimos capítulos para acordarme de por dónde iba, jejeje.
    Lo bueno es que ahora tengo bastantes capítulos por leer ^3^

    Parece que ya son conscientes de que ha pasado de verdad.
    A ver si le sacan provecho. O se meten en más fregaos XDD

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